

Crítica
por
Joaquín R. Fernández
Puntuación: 9
/ 10
Banda Sonora Original:
*****
Peter Jackson
sorprendió a los cinéfilos de medio mundo con la monumental
adaptación que llevó a cabo de la primera entrega de la trilogía de
"El Señor de los Anillos", indudable obra cumbre de la fantasía
literaria que, gracias a Hollywood, está siendo descubierta por un
gran número de nuevos lectores. Jackson y su equipo no só-lo
aprehendieron la esencia aventurera de la novela de Tolkien, sino
que condensaron su complejidad y prolongaron la humanidad de los
personajes, entendiéndola como un bosquejo de sentimientos y
emociones que abrumaron al espectador con su suntuosidad. El amor,
el odio, la amistad, la traición, el arrojo, la bajeza, cualidades y
faltas que traspasaron nuestros ojos, inundándolos de lluvia o
ha-ciéndolos bullir a causa de su villanía.
Ahora, la evolución de la trama corre pareja a la suerte de los
protagonis-tas, todos ellos desperdigados en dis-tintos lugares de la
Tierra Media y siempre dispuestos a enfrentarse a su aciago destino.
Nuevos personajes se añaden a la crucial odisea mientras medran
también las adversidades a las que se ven sometidos los héroes que
batallan contra Sauron. La de-sesperanza, el abatimiento y la
claudicación fluyen a lo largo del metraje como buitres rondando
sobre un moribundo en un desierto. El mal se ha despertado e
intimida con su cólera a los habitantes de unas tierras que, a pesar
de compartir anhelos y principios, combaten en desunión.
Como en "El Señor de los Anillos. La Comunidad del Anillo",
cualquier disquisición acerca de la fidelidad de esta película al
texto original de Tolkien me parece completamente inútil. Es más, la
pro-pia estructura de "Las Dos Torres" resultaría muy
anticinematográ-fica si se siguiera al pie de la letra la concepción
originaria del autor de "El Hobbit", puesto que los pasajes
protagonizados por Frodo, Sam y Gollum no se entrecruzan con los de
Aragorn, Gimli y Le-golas, sino que en la novela discurren de forma
independiente. Por ello, no comparto cualquier crítica que formulen
al respecto los pu-ristas de la obra de Tolkien, pues semejantes
licencias se tornan comprensibles, incluso aquellas que incrementan
el tono romántico del libro.
La segunda entrega de esta épica trilogía comienza con la aparición
de una criatura que tendrá un importan-tísimo papel en la saga:
Gollum. Sus formas sinuosas y sibilinas se acer-can con sigilo a
Frodo, intentando así apoderarse de su tesoro, del anillo que tiempo
ha forjó el propio Sauron. A partir de aquí, el espectador que-da
nuevamente hechizado por la épica de tan excelsa prosa, una sucesión
de acontecimientos que se van sucediendo sin tregua y con una
intensidad que se engrandece por minutos. Aunque el brillante
intimismo de la primera entrega queda un tanto diluido a causa de
las múltiples lizas y refriegas que se suceden delante de nuestras
retinas, per-dura un trasfondo humano que ocupa buena parte del
relato: la identificación de Frodo con Gollum, a quien cree poder
salvar de su demacrado estado para así tener él mismo la esperanza
de no ser consumido totalmente por el pernicioso peso del anillo; la
descon-fianza de los hombres con respecto a su propio futuro,
hundidos por un sino remoto que los envileció a los ojos de las
otras razas de la Tierra Media; las dudas de Théoden ante la guerra
o las de Faramir, quien tiene en sus manos el éxito o el fracaso de
la mi-sión de Frodo; el desconsuelo de los habitantes de Rohan ante
la triste fatalidad que los rodea, instantáneas de un sufrimiento
casi imposible de abatir. Momentos todos ellos de una hermosa
intimi-dad que, sin embargo, quizás pasen un tanto desapercibidos
ante las grandiosas confrontaciones que marcan la suerte de la
narra-ción.
La alianza entre la Torre de Orthanc y la de Barad-dûr desemboca en
un crudo enfrentamiento en las tierras de Rohan, una ma-rea de muerte
y sangre que deja atónito al espectador por la verosimilitud con la
que se ha recreado. Violentos estallidos de metal y piedra que nos
sobrecogen de igual forma que los ahoga-dos gritos de aquellos que se
ocultan en las cuevas del Abismo de Helm. Mientras, los bosques
gimen a causa de las atrocidades que contra ellos han cometido
Saruman y sus legiones de orcos. Una admonición ecologista que
Tolkien ya lanzaba en una década en la que pocos eran los que
defendían con ardor la protección de nues-tros ecosistemas.
Es difícil, por tanto, describir las emociones que transmite una
cinta de tan pretenciosa magnitud. Son tres horas de metraje que
transcurren como si en realidad fueran tan só-lo sesenta minutos, una
maravillo-sa muestra de cómo entretener al espectador sin necesidad
de insul-tar a su inteligencia. Pero es, sobre todo, la confirmación
de un género, el fantástico, que en general tanto ha maltratado la
crítica especializa-da en estas últimas décadas, siempre
ninguneándolo y relegándolo a una posición meramente anecdótica.
Nuevamente la mejor pelícu-la del año pertenece a un tipo de cine que
pocas veces ha obtenido el reconocimiento que en verdad se merece,
olvidado por la excesi-va importancia que se le da en los medios de
comunicación a de-terminados dramas de un realismo discutible o a
verdaderos panfle-tos políticos de una exagerada simplicidad, ya que
su único fin es la manipulación. Pues bien, decir a los aún
escépticos que seme-jantes temáticas las hallarán camufladas en "El
Señor de los Ani-llos. Las Dos Torres", pues intensa es la simbología
de Tolkien con respecto a la situación en la que se encuentra
nuestro mundo, nuestra Historia más reciente. ¿Qué excusa buscarán
ahora para no disfrutar de esta portentosa leyenda?
Culmen de la imaginación más des-bordante, la obra de Peter Jackson
se revela también como una pintura de interminables paisajes,
describiéndo-se en ellos mundos que contrastan entre sí: lo hermoso y
lo tétrico, la luz y la oscuridad. La mezcla entre esce-narios
naturales y recreaciones info-gráficas debería causar cierto sonrojo
a George Lucas, más habituado últi-mamente a emplear únicamente el
ordenador para construir la at-mósfera de sus películas. Las escenas
de masas refulgen con su señorío, mientras que un buen número de
criaturas marchan por la pantalla como si en verdad fueran de carne
y hueso. Y, por su-puesto, Gollum, ese Gollum digital que, si bien
hay momentos en los que se distinguen sus leves imperfecciones, se
con-vierte por derecho propio en un actor más de la película. Sus
movimientos, sus miradas, esos diálogos que mantiene consigo mismo o
con sus congéneres... Instantes de una magia especial que ofrecen un
resultado admirable, pues pronto Gollum deja de re-sultarnos
repulsivo, causándonos más bien compasión la pelea que lo consume en
su interior. De igual calidad resulta Bárbol, el gigan-tesco ent de
elegantes andares y meditadas palabras. Los artistas de "El Señor de
los Anillos. Las Dos Torres" hacen creíble lo im-posible, pues era
éste uno de los personajes más difíciles de re-crear en la pantalla
grande.
Si en la primera entrega de la trilo-gía los intérpretes principales
de la historia permanecían juntos durante casi todo su periplo,
siendo a pesar de ello Frodo el verdadero centro de atención de
nuestras miradas, ahora resulta más difícil afirmar esto, ya que son
varios los lugares que visitamos y muy distintas las aventuras que
vivi-mos al lado de hobbits, humanos, el-fos y enanos.
Elijah Wood
sigue transmitiendo en su rostro el in-flujo de tan maléfico anillo,
aunque tampoco posee momentos tan brillantes para lucirse como los
que vivimos en su anterior trabajo, donde estaba espléndido cuando
Gandalf moría en Moria. En todo caso, la escena en la que apunta al
cuello de Sam con su espada es escalofriante...
Viggo Mortensen,
Orlando Bloom
y John
Rhys-Davies
adquieren una mayor presencia, estando todos ellos espléndidos: el
primero, como Aragorn, aporta nobleza a su rol de líder; el segundo,
como Legolas, sigue exhibiendo una sorprenden-te elegancia cuando
camina o lucha (atención al instante en el que se sube al caballo
del enano); finalmente, el tercero evita que Gimli se transforme en
una caricatura a causa de los múltiples golpes de humor que se ceban
en su personaje.
Ian McKellen
exhibe su ta-lento en secuencias tan portentosas como aquella en la
que Gan-dalf se deja ver nuevamente ante sus amigos, siendo su porte
de una adecuada majestuosidad.
Christopher Lee
dibuja a Saruman en
la victoria y en la derrota, construyendo al siervo de Sauron a
través de su siniestra voz y su imponente físico. Por último, de los
actores que dan vida a los hobbits,
Sean Astin,
Billy Boyd
y Do-minic
Monaghan, es
el primero el que más nos convence con su interpretación, pues sabe
cómo exteriorizar la desazón de Sam, afligido por el cambio de
carácter de su amo. De entre los nuevos integrantes del reparto,
destacar a
Bernard Hill
(un convincente rey Théoden),
David Wenham
(que recoge con atino la ambigüe-dad de Boromir),
Brad Dourif
(magnífica su caracterización como Lengua De Serpiente) y
Miranda Otto
(brindándole a Éowyn una atractiva doble personalidad donde el vigor
y la ternura se combinan con credibilidad en su semblante). Triste
será, ciertamente, que no se valore el asombroso trabajo de
Andy Serkis
como Gollum, una gran interpretación que hará sonrojarse a Willem
Dafoe, quien tam-bién ha interpretado este año a un ser atormentado
por una voz interior.
No obstante, Peter Jackson sigue siendo el mejor baluarte de esta
adaptación de "El Señor de los Anillos". Nuevamente, y salvo alguna
que otra pequeña concesión, trata con respeto a los personajes,
impidiendo que la abundante acción que se ve en el filme asfixie su
propia existencia. En todo caso, continúa sin convencer-me la forma
en la que rueda las bata-llas, con esos exagerados movimientos de
cámara que impiden que entendamos con claridad lo que está
sucediendo. Por último, re-saltar nuevamente los retratos que Jackson
hace de los paisajes de la Tierra Media (Nueva Zelanda), algo que ya
se puede comprobar desde los primeros minutos del metraje, donde
consigue maravi-llarnos con la onírica visión de las cumbres nevadas
de Moria y los estertores de la batalla que libra Gandalf en el
interior de sus mi-nas.
Mientras que los temas épicos que
Howard Shore
compuso para "El Señor de los Anillos. La Comunidad del Anillo"
quizás re-saltaban en exceso, ahora, sin embargo, se vuelven
acertados gra-cias al cariz que toma la narración. Los coros son
magistrales, y la reutilización del material ya conocido resulta
brillante (atención al uso del tema de los elfos con sones
militares, por ejemplo). Ade-más, aporta nuevas piezas, como aquella
que describe a los Rohi-rrim, capaz incluso de deslumbrarnos con su
belleza. Destacar, fi-nalmente, la magnificiencia de los cortes
compuestos para los ata-ques, en especial cuando Gandalf acomete
contra los Uruk-Hai que sitian el Abismo de Helm. Es una pena, eso
sí, que se emplee tan poco el tema central del anillo, esa ondulante
y entristecida melo-día que tan bien quedaba cuando la compañía del
anillo cruzaba el río que bañaba los pies de los Argonautas.
Nos encontramos, en definitiva, ante la culminación de un sueño, el
esplendor de una fantasía que mantendrá absorto al público de
principio a fin, embobado por las hazañas y los padecimientos de los
protagonistas. Cierto que no es una película de matrícula de honor
(re-sulta exagerado, por ejemplo, el hu-mor que rodea a Gimli, a veces
un tanto repetitivo), pero se trata sin lugar a dudas de una de las
mejo-res experiencias cinematográficas que se podrá vivir durante el
pró-ximo año, justo hasta que se estrene "El Señor de los Anillos.
El Retorno del Rey". ¿Qué nos saciará entonces?