CRÍTICA
por
José Arce
La sombra de Steven Spielberg es más que alargada.
Gracias a ella, su más reciente protegido,
Shia LaBeouf, ha
pasado casi directamente de ser un gris partenaire de las
superestrellas Will Smith ("Yo,
robot", Alex
Proyas, 2004) y Keanu Reeves ("Constantine",
Francis Lawrence, 2005) a convertir en éxito casi todo lo que
toca. Por aquí sigue siendo un rostro poco conocido, situación
que posiblemente cambiará tras el pelotazo de "Transformers"
(Michael Bay, 2007) y el estreno de esta mediocre película de
suspense, ambas auspiciadas por el responsable de regalarle el
que será a buen seguro su ticket de entrada en el Olimpo
de los más solicitados de Hollywood: la esperada “Indiana Jones
and the Kingdom of the Crystal Skull” (no nos atrevemos a
aventurar una traducción literal en castellano, por si acaso).
Guste o no, parece que este ídolo teen ha llegado para
quedarse.
Todo
va bien en su vida. Y en un segundo… Kale (LaBeouf) sufre un
terrible accidente de coche con su padre, Daniel (Matt
Craven). Incapaz de
superar su muerte, el muchacho, afable y estudiante
prometedor, se convierte en un chico esquivo y conflictivo,
hasta el punto de agredir a uno de sus profesores. Cuando es
condenado a un arresto domiciliario de tres meses, su única
diversión es espiar a sus vecinos. Aunque quizá no le guste lo
que descubra.
El
voyeurismo es, al menos a priori, un tema fascinante desde el
punto de vista cinematográfico. Descubrir secretos ocultos,
verdades inconfesables y los aspectos más íntimos de aquellos
que rodean a los protagonistas es tan atractivo como morboso,
desde nuestra cómoda posición en la confortable butaca de una
oscura sala de cine. Compartimos la posición del director desde
el otro lado de la cámara, ocultos a los ojos de aquellos a
quienes espiamos, una posición subjetiva y excitante pero que
corre el peligro de hundirnos en el sopor si lo que observamos
no despierta nuestro interés. Y “Disturbia” es uno de esos
casos. Kale trata de pasar por un rebelde incapaz de
sobreponerse a sus trágicas circunstancias, cuando en realidad
no es más que un niñato mimado, como demuestran su
extraordinaria habitación y la prepotente relación que mantiene
con su madre, Julie (una desaprovechada Carrie-Anne Moss). Por otra
parte, cuando comienza la labor de espionaje de las casas
colindantes, descubre verdades ocultas tan nimias y poco
sugestivas como una infidelidad, el excesivo cuidado de una
señora por su perro o la obsesión de un anciano por cuidar su
césped. Afortunadamente para la platea, se percata de que algo
no va bien con uno de los integrantes de la modélica comunidad
de vecinos: el esquivo pero amable señor Turner (David
Morse) parece –sólo
parece– asesinar de modo inmisericorde a una jovencita. A partir
de este momento, y dado que, obviamente, nadie le cree,
despliega un gigantesco arsenal mecánico, inconcebible para la
mayoría, compuesto de móviles de última generación,
videocámaras, micrófonos y ordenadores, en un catálogo capaz de
sonrojar a más de un miembro del CSI. He aquí una de las
metáforas del film, la ilusión de libertad que la tecnología
crea en la juventud de hoy; las máquinas permiten a Kale llegar
allí donde físicamente le está prohibido, pero al tiempo limitan
la capacidad comunicativa de una adolescencia dependiente de las
herramientas que la rodean.
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La acción tarda muchísimo en
llegar, y, cuando llega, es, de largo, insuficiente. El ritmo de
la historia baila al son de un LaBeouf que enarbola un
histrionismo contenido por bandera, en una interpretación
dirigida a un público adolescente, alejando la trama del
thriller que pretende ser; hace veinte años, esta producción
habría estado pensada por y para el lucimiento de Corey Haim y
Corey Feldman, que lo hubieran resuelto de manera mucho más
convincente. Morse luce cansado y desganado, relegando sus
apariciones a un puñado de planos hieráticos que le muestran
como absurdamente omnipresente, encaminado a un enfrentamiento
final rodado de manera burda y precipitada. Uno de los platos
más interesantes del menú, su interacción con la cada vez más
desangelada Carrie-Anne Moss, se diluye en una relación escueta
y bobalicona, carente del más mínimo magnetismo entre ambos. Los
diálogos son simples y pueriles, y la relación sentimental de la
pareja central no es más que un esbozo pensado para obtener una
calificación moral benévola en Estados Unidos. No hay alardes
técnicos ni efectismos, más allá de la pretendida inquietud que
deberían provocar las escenas reflejadas a través del visor de
las cámaras, borrosos planos que intuyen más que enseñan.
Estamos simplemente ante una historia lineal en
la que los giros resultan muy poco sorprendentes, no por lo
evidente de lo que va a suceder, sino por lo vacío del argumento,
vehículo de lucimiento para quien está destinado a convertirse
en el presentador de la futuras galas de la MTV.
Colocarla en la lista de
clásicos como “La ventana indiscreta” (Alfred Hitchcock, 1954) o
“El fotógrafo del pánico” (Michael Powell, 1960) sería
disparatado, ya que “Disturbia” se encuentra mucho más cómoda si
la situamos en la memoria de aventuras juveniles ochenteras en
plan “Noche de miedo” (Tom Holland, 1985), mezcladas con títulos
de barrio residencial inquieto en la línea de “No matarás… al
vecino” (Joe Dante, 1989). Lo mejor que puede hacer Shia LaBeouf
es aprovechar el que sin duda está resultando su año. Nunca se
sabe cuándo acabará la racha.
Calificación:
    
Imágenes
de "Disturbia" - Copyright © 2007
DreamWorks Pictures, Cold Spring Pictures y Montecito Pictures.
Distribuida en España por Universal Pictures International
Spain. Todos los derechos
reservados.
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